Una cultura que castiga el descanso
¿Alguna vez has sentido culpa por tomarte un momento para descansar? Estás tumbada, sin hacer nada, pero tu mente repasa todo lo que “deberías” estar haciendo. Esa culpa al descansar no es una casualidad individual: es el resultado de una cultura que valora la productividad por encima del bienestar.

Desde pequeñas se nos transmite la idea de que nuestro valor está en lo que hacemos, no en lo que somos. Agendas llenas, logros visibles, disponibilidad permanente. En ese contexto, descansar se convierte en algo sospechoso, incluso reprochable.
Como señala la filósofa Marina Garcés, vivimos en una cultura de la autoexplotación donde cada persona se convierte en su propia empresa, su propia gestora del tiempo, del cuerpo y del deseo. El descanso, en este marco, no encaja.
Culpa y autoexigencia: un binomio aprendido
Muchas mujeres sienten que deben rendir en todos los frentes: trabajo, pareja, maternidad, casa, relaciones, cuerpo. La culpa al descansar no aparece porque seamos vagas, sino porque fuimos educadas para estar siempre al servicio. Como explica la socóloga Silvia Federici, el capitalismo se ha sostenido sobre el trabajo invisible de las mujeres, incluyendo
el trabajo emocional y reproductivo.
La exigencia de ser productivas se combina con el mandato de ser cuidadoras, generando una paradoja constante: cuidamos a los demás, pero no nos permitimos cuidarnos a nosotras.
Las consecuencias de no descansar (o de hacerlo con culpa)
Descansar no es un lujo, es una necesidad física, mental y simbólica. Cuando se posterga o se vive con culpa, aparecen efectos reales:
- Fatiga crónica y bajo rendimiento.
- Ansiedad, tristeza, irritabilidad.
- Sensación de insuficiencia permanente.
- Desconexión con el propio deseo y con el cuerpo.
No se trata solo de hacer pausas, sino de recuperar el derecho a ellas.
Romper con los mitos: otra forma de entender el descanso
Muchas ideas que asociamos al descanso están marcadas por el discurso neoliberal del «siempre puedes dar más»:
- «Descansar es para vagas»
- «Si paro, pierdo el ritmo»
- «Solo descanso cuando he terminado todo»
Estos mitos nos hacen vivir bajo un estado de alerta constante. Como dice Byung-Chul Han, vivimos en la “sociedad del cansancio”, donde el sujeto se agota en su propio rendimiento.
Descansar sin culpa desafía el mandato del rendimiento permanente. No se trata de parar para ser más eficientes, sino de reconocer que tenemos derecho a habitar el tiempo de otra forma, sin tener que justificarnos constantemente. No para «ser más productiva luego», sino porque lo necesitamos, porque lo merecemos.

Descanso feminista: cuidarnos sin pedir permiso
Desde el feminismo se están recuperando formas de descanso que no están orientadas al rendimiento. Autoras como Audre Lorde han hablado del autocuidado como una práctica política, especialmente para las mujeres negras y las sujetas oprimidas: “Cuidarme a mí misma no es autocompasión, es autoconservación, y eso es un acto de resistencia política».
Descansar no es dejar de luchar, sino sostenerse para seguir haciéndolo.
En Prisma Psicología trabajamos con mujeres que sienten culpa al parar, al poner límites o al priorizarse. Y no buscamos que «descansen mejor» para rendir más: acompañamos para que el descanso sea posible sin culpa ni justificación.
