Autoexigencia y agotamiento: cuando nunca nada es suficiente

mujer con autoexigencia

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Autoexigencia femenina y cultura del rendimiento


Vivimos inmersas en una cultura que aplaude la productividad constante, el rendimiento sin pausa y la perfección como valor. El mensaje es claro: vales por lo que haces, no por lo que eres. En este contexto, la autoexigencia no es una elección individual, sino una consecuencia estructural: se espera que rindamos siempre, sin margen para el error, la pausa o el deseo propio.
Este mandato afecta especialmente a las mujeres, socializadas en la entrega, la disponibilidad y la validación externa. Estás bien si funcionas. Estás bien si produces. Estás bien si sostienes. Pero, ¿a qué precio?


Perfeccionismo y culpa: el precio de la exigencia

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Ser responsables y comprometidas no tiene nada de malo. El problema aparece cuando nuestra autoestima se construye sobre un ideal inalcanzable, sostenido por exigencias internas que en realidad son reflejo de mandatos externos.

Ese «yo debería poder con todo» es muchas veces un eco de lo que se espera de nosotras. De una cultura que convierte el autocuidado en pereza, el error en fracaso y el descanso en culpa. Y así, el perfeccionismo deja de ser una motivación para convertirse en una forma de desgaste.

La antropóloga feminista Mari Luz Esteban lo ha expresado con claridad: el pensamiento amoroso tradicional ha inculcado en las mujeres un modo de estar con las demás centrado en el sacrificio, la entrega y la invisibilización de las propias necesidades. En ese terreno crece la autoexigencia crónica.



Consecuencias del exceso de autoexigencia en la salud mental


La autoexigencia sostenida no es inocua. Se manifiesta en forma de ansiedad, insatisfacción crónica, desconexión emocional, fatiga, dificultad para dormir, bloqueos creativos, e incluso dolor físico.
Se trata de un «burnout existencial»: no solo laboral, sino vital. Una forma de vivir en alerta, bajo el peso de un ideal que siempre queda un poco más lejos.

Algunas señales de alarma

  • Minimizar logros y no permitirse celebrar nada.
  • Exigirse mucho más de lo que se exigiría a otra persona.
  • Vivir el error como un fracaso personal.
  • No poder descansar sin sentir culpa.
  • Depender del reconocimiento externo para sentirse valiosa.

De la exigencia al cuidado: un cambio necesario

Salir de estos patrones no es fácil. No porque falte voluntad, sino porque estos ideales están profundamente normalizados. Pero empezar a cuestionarlos, a poner en duda su legitimidad, ya es un acto de resistencia.

Como propone la psicoanalista feminista Jessica Benjamin, muchas mujeres han aprendido a valorarse por su capacidad de sostener a otros, sacrificando su propio deseo. Recuperar ese deseo no es egoísmo: es reconstrucción subjetiva.

La socióloga y psicoanalista Nancy Chodorow también señaló que los mandatos de género no solo se reproducen socialmente, sino que se interiorizan emocionalmente desde la infancia, convirtiendo el cuidado de los demás en un eje identitario femenino. Esta estructura interna es la que muchas veces sostenemos sin cuestionar, hasta que el cuerpo nos dice basta.


Recuperar el deseo, habitar el descanso


Aprender a tratarnos con menos juicio y más respeto no es un camino individual: es una apuesta colectiva por modelos de bienestar menos violentos, más sostenibles y con espacio para el deseo.
En Prisma Psicología te acompañamos si sientes que la autoexigencia te está dejando sin energía ni sentido.

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Psicóloga Sanitaria BIO4928.

2 Máster en psicología clínica. Agente de igualdad.
Perspectiva de género.
Especialista en el trabajo con mujeres en temáticas de violencia de género, maternidades, fertilidad, traumas y otros.

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