Amar desde la desigualdad: una mirada feminista sobre la dependencia
La dependencia emocional se suele reducir a una «debilidad» personal, una falta de autoestima o de madurez afectiva. Sin embargo, esta lectura individualista oculta una realidad estructural: las mujeres han sido educadas para vincularse desde el sacrificio, la entrega y la necesidad de aprobación.
No es casual que la dependencia emocional afecte de forma desproporcionada a las mujeres.
Como señala la antropóloga feminista Mari Luz Esteban, el pensamiento amoroso tradicional ha construido una idea de amor centrada en la entrega incondicional, la fusión y la anulación del deseo propio. Amar, para muchas mujeres, ha significado sostener, esperar, adaptarse, callar.
En este contexto, lo que llamamos dependencia emocional es muchas veces la consecuencia lógica de una socialización afectiva que ha colocado el amor como centro de la vida femenina.
El amor romántico como mandato cultural

Para entender la dependencia emocional es necesario mirar más allá de lo individual. El amor romántico es una construcción cultural profundamente arraigada, sostenida por la literatura, el cine, la religión y los discursos mediáticos.
Tal como explica Coral Herrera Gómez en su trabajo sobre «la romantización del sufrimiento amoroso», se nos ha enseñado que amar de verdad implica renunciar, esperar, luchar y aguantar.
Este modelo amoroso no es neutro: responde a una estructura patriarcal que ha colocado a las mujeres en el rol de cuidadoras emocionales, dependientes del reconocimiento masculino para sentirse valiosas.
La frase «el amor todo lo puede» funciona como justificación de relaciones asimétricas, donde una parte se diluye para sostener al otro
¿Cuándo hay dependencia emocional y cuándo no?
No toda necesidad afectiva es patología. La interdependencia es parte de cualquier vínculo humano. El problema aparece cuando:
- Se toleran dinámicas dolorosas por miedo a perder a la otra persona.
- La identidad propia gira completamente en torno a la relación.
- Hay dificultad para poner límites o expresar necesidades.
- Se prioriza sistemáticamente el bienestar ajeno por encima del propio.
- La soledad se vive con angustia intensa y desorganizadora.
En estos casos, el vínculo deja de ser un espacio de crecimiento y se convierte en una fuente
constante de desgaste y sufrimiento.
Más allá del síntoma: una mirada terapéutica y crítica
Abordar la dependencia emocional en terapia no consiste sólo en «subir la autoestima» o «aprender a estar sola». Implica también cuestionar los modelos de amor que hemos introyectado, revisar la relación con el deseo propio y desarmar los mandatos de género que nos dicen que amar significa aguantar.
Como señala la psicóloga feminista Victoria Sau, el patriarcado ha impuesto una visión del amor como destino inevitable de las mujeres, generando dependencia estructural a nivel afectivo, económico y simbólico.
El trabajo terapéutico con perspectiva feminista no busca culpabilizar ni psicologizar en exceso, sino ofrecer un espacio de elaboración, comprensión y reconstrucción.
Se trata de ayudar a la mujer a recuperar la capacidad de pensarse más allá del vínculo, a reconstruir su deseo y a sostener un proyecto propio.

Recuperar el deseo propio para poder elegir
Salir de la dependencia emocional no es una tarea individual ni simplemente psicológica: es un proceso político que implica repensar cómo fuimos educadas para amar, y a costa de qué. Requiere cuestionar mandatos, resignificar el deseo propio y reconstruir una autonomía afectiva que no se base en la soledad idealizada, sino en la libertad de elección.
En Prisma Psicología trabajamos desde una mirada feminista, crítica y situada, que no infantiliza ni culpabiliza a quienes sostienen vínculos marcados por el malestar. Apostamos por una escucha respetuosa que permita abrir interrogantes y acompañar la reconstrucción de un proyecto vital propio, sin renuncias forzadas ni sacrificios invisibles.