Carga mental y desigual reparto de tareas
Hoy en día se habla con frecuencia de corresponsabilidad en el hogar. Aunque muchas familias han avanzado hacia un reparto más equitativo, estamos lejos de alcanzar un equilibrio real. A menudo seguimos ancladas en la idea de que los hombres «ayudan», lo que implica que la responsabilidad sigue recayendo sobre las mujeres.
Para avanzar hacia la igualdad, es fundamental entender que no se trata solo de dividir tareas visibles, sino de reconocer el peso mental, emocional y social que implica sostener el funcionamiento cotidiano de un hogar.
Frases como:
- «Mi pareja me ayuda mucho en casa»
- «Ella es la que lleva todo en la cabeza»
- «Las mujeres son más organizadas»
Revelan una jerarquía implícita en la distribución de responsabilidades. Estas expresiones normalizan que el cuidado del hogar sea una obligación femenina, mientras que la participación masculina se valora como un extra voluntario.
Doble jornada y carga mental femenina

El acceso creciente de las mujeres a ámbitos laborales y de decisión no ha ido acompañado de una redistribución proporcional del trabajo doméstico y de cuidados. Esto genera una doble jornada: trabajo productivo fuera de casa y trabajo reproductivo dentro de ella. Especialmente con la llegada de un hijo, se intensifican estas exigencias. Los roles de género siguen asociando el cuidado casi exclusivamente a la maternidad, excluyendo a la figura paterna y perpetuando la desigualdad.
Como señala la psicóloga Montserrat Lacalle: “Las mujeres hemos liderado los cuidados, incluso al incorporarnos al mundo laboral, sin que eso implicara una disminución de nuestras otras cargas. El resultado es la saturación”.
Qué es la carga mental en las mujeres
La carga mental es un trabajo cognitivo y emocional constante. No se trata solo de hacer tareas, sino de preverlas, planificarlas, recordarlas y supervisarlas. Es el esfuerzo invisible que permite que todo funcione, aunque muchas veces no se reconozca ni se nombre.
Incluye, por ejemplo, la organización de citas médicas, la planificación de las comidas, el seguimiento escolar, la gestión emocional del hogar y muchas otras tareas que, al no verse, se consideran «naturales» o «propias» de las mujeres.
Esta carga se multiplica cuando no solo se piensa por una misma, sino por otras personas: hijos, pareja, mayores a cargo…
Consecuencias de la carga mental en la salud femenina
Como ha señalado la psicoanalista feminista Jessica Benjamin, muchas mujeres han sido educadas en la idea de que su valor reside en cuidar, sostener, contener. Esta forma de vincularse puede dificultar el ejercicio del autocuidado y reforzar una lógica de hiperresponsabilidad emocional que alimenta la carga mental. Puedes leer más sobre esta perspectiva en su artículo Intersubjectivity, Thirdness, and Mutual Recognition:
Este esfuerzo continuo no es neutro. Puede generar:
- Cansancio físico y mental
- Irritabilidad
- Tristeza o ansiedad
- Problemas de sueño o alimentación
- Sensación de aislamiento o de culpa
En consulta lo vemos como un malestar difuso, una sensación de no llegar nunca a todo, de estar siempre alerta. Si crees que estás en esta situación, ponte en contacto con nosotras: en Prisma estamos para escucharte.
Invisibilidad y reconocimiento de la carga mental
El entorno muchas veces minimiza este malestar con frases como «no es para tanto» o «tú puedes con todo». Esto aísla a la mujer en un esfuerzo constante, sin reconocimiento ni espacios de desahogo. Es el mandato cultural de la mujer «todopoderosa»: eficaz, disponible, incansable.
Cómo saber si sufro carga mental
Puedes hacerte estas preguntas:
¿Me siento responsable de que los demás estén bien todo el tiempo?
¿Siento que, si yo no estoy pendiente, todo se desmorona?
¿Me cuesta desconectar incluso cuando no estoy haciendo nada?
Si te reconoces en estas situaciones y esto te genera malestar, puede ser un buen
momento para pedir ayuda profesional. En Prisma te acompañamos.

En conclusión…
Se ha instalado la idea de que las mujeres son «mejores» organizando o cuidando. Pero eso no es innato, sino un mandato de género. Solo si visibilizamos estas tareas invisibles y nos preguntamos por qué recaen casi siempre en las mismas manos, podremos avanzar hacia un modelo más justo y saludable.
Porque esto no es un asunto privado: es político, social y de salud pública.

